El G-20 en Londres: la cumbre del miedo

http://www.flickr.com/photos/valentos/Walden Bello*

El G-20 da un gran espectáculo reuniéndose para lidiar con la crisis económica global. Pero he aquí el problema de la cumbre de Londres del 2 de abril: que no es sino espectáculo. Y lo que el espectáculo viene a disimular es una profunda preocupación, un hondo miedo de la elite global, que no sabe realmente la dirección que está tomando la economía mundial y desconoce las medidas necesarias para estabilizarla.

Las últimas estadísticas dejan cortas las más nigrománticas proyecciones que se habían hecho. Los analistas del establishment están comenzando a mencionar la temida palabra que empieza por «D», y hoy crece la sensación de que está formándose una gigantesca ola que simplemente se tragará los billones de dólares gastados en estímulos.

En ese ambiente, el G-20 transmite la impresión de andar más arrastrado por los acontecimientos que enseñoreado de ellos. (Además de las siete naciones industriales más ricas –EEUU, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia y Canadá–, el G-20 incluye a China, India, Indonesia, México, Brasil, Argentina, Rusia, Arabia Saudita, Australia, Corea del Sur, Turquía, Italia y Sudáfrica.)

En efecto: acaso no haya imagen más reveladora del actual estado de la economía global que la de un submarino alemán de la II Guerra Mundial tocado por una carga de profundidad lanzada por destructores de la flota británica noratlántica. Se va a pique rápidamente, y la tripulación no sabe cuando tocará suelo oceánico. Y, llegado a zonas abismales, la gran cuestión es: ¿será capaz la tripulación de reflotar el submarino bombeando aire comprimido en los tanques de lastre, como los marineros de la película clásica Das Boot [El submarino], de Wolfgang Petersen? ¿O seguirá el submarino en el fondo, condenada su tripulación a contemplar un destino peor que la muerte instantánea?

La actual tripulación capitalista al mando de la economía global ignora si los métodos keynesianos pueden reflotar la vida económica planetaria. Entretanto, cada vez más gente se pregunta si bastará un puñado de reformas de estilo socialdemócrata para reparar la economía global, o si la crisis habrá de llevar más bien a un nuevo orden económico internacional.

¿Un nuevo Bretton Woods?

La reunión del G-20 ha sido celebrada como un Nuevo Bretton Woods. En julio de 1944, en Bretton Woods, New Hampshire, representantes de las economías capitalistas estatalmente gestionadas diseñaron el orden multilateral posbélico situándose a sí mismas en el centro del mismo. No podrían ser más distintas ambas reuniones.

La reunión de Londres dura un día; la conferencia de Bretton Woods fue una ardua sesión de trabajo que se prolongó durante 21 días. La reunión de Londres es exclusiva, con 20 gobiernos que se arrogan la capacidad para decidir por 172 países. La reunión de Bretton Woods se esforzó por ser inclusiva, precisamente para evitar la ilegitimidad que persigue a la cita de Londres. Aun celebrada en plena guerra, juntó a representantes de 44 países, incluida la nación todavía dependiente de las Filipinas y al pequeño y ya desaparecido Estado siberiano de Tannu Tuva.

La Conferencia de Bretton Woods creó nuevas instituciones multilaterales y nuevas normas para gestionar el mundo de posguerra. El G-20 busca reciclar instituciones fracasadas: el propio G-20, el Fórum de Estabilidad Financiera (FSF), el Banco de Pagos Internacionales y «Basilea II», así como el FMI, que ahora cumple 65 años. Algunas de esas instituciones fueron creadas por el G-7 tras la crisis financiera asiática de 1997 para instituir una nueva arquitectura financiera capaz de prevenir una repetición de la debacle provocada por las políticas del FMI de liberalización de la balanza de capitales. Pero, en vez de fijar salvaguardias, lo que hicieron esas instituciones fue aceptar la estrategia de «autoregulación» de la elite financiera global.

Entre los mantras así legitimados estaban: la consigna de que los controles de los movimientos de capitales eran malos para las economías en vías de desarrollo; la fórmula de que la venta cortoplacista o especulación con el movimiento de las acciones tomadas a préstamos era una legítima operación de mercado; y la idea de que los derivados financieros (o títulos de obligaciones que permiten hacer apuestas sobre los movimientos de los activos subyacentes) «perfeccionaban» el mercado. La implícita recomendación de su pasividad era que el mejor modo de regular el mercado era dejar el mercado en manos de unos jugadores que habrían desarrollado sofisticados y pretendidamente fiables modelos de «estimación del riesgo».

En suma: se encarga a instituciones que fueron parte del problema que se conviertan ahora en elemento central de la solución. Sin advertirlo, el G-20 está siguiendo la máxima de Marx, según la cual la historia se repite: como tragedia, primero, y como farsa, después.

La resurrección del FMI

El componente más problemático de la solución G-20 son sus propuestas para el FMI. Los EEUU y la UE buscan doblar el capital del FMI, pasando de 250 mil a 500 mil millones de dólares. El plan pasa porque el FMI preste esos fondos a países en vías de desarrollo para estimular sus economías, supervisando el Fondo, conforme a la propuesta del secretario del Tesoro norteamericano Tim Geithner, el ejercicio global. Si algo no podía funcionar, es precisamente eso.

Por lo pronto, el asunto de la representación sigue perjudicando mucho al Sur global. Hasta ahora, sólo se han hecho cambios marginales en la asignación de los derechos de sufragio en el FMI. A pesar del clamor favorable a una mayor capacidad de sufragio para los miembros del Sur, los países ricos siguen estando sobre-representados en el comité ejecutivo del Fondo. Los países en vías de desarrollo, señaladamente los asiáticos y los africanos, están muy sub-representados. Europa mantiene un tercio de las sillas en el comité ejecutivo y exige el privilegio feudal de que sea siempre un europeo el director ejecutivo. EEUU, por su parte, tiene cerca del 17% de poder de voto, lo que le da derecho de veto.

Segundo, el desempeño del FMI durante la crisis financiera asiática de 1997, más que cualquier otra cosa, minó su credibilidad. El FMI contribuyó a la crisis al empujar a los países asiáticos a eliminar los controles de los movimientos de capitales y a liberalizar sus sectores financieros, favoreciendo tanto la entrada masiva de capital especulativo como su desestabilizadora salida al menor indicio de crisis.

El Fondo empujó luego a los gobiernos al recorte presupuestario con la teoría de que la inflación era el problema, cuando lo que debería haber hecho era apoyar un mayor gasto público para contrarrestar el colapso del sector privado. Tal medida pro-cíclica terminó acelerando el colapso regional, convirtiéndolo en una recesión. Finalmente, miles de millones de dólares de los fondos de rescate del FMI no fueron a parar al rescate de unas economías colapsadas, sino a compensar las pérdidas de instituciones financieras extranjeras: un desarrollo que se ha convertido en ejemplo de manual de lo que es el «azar moral», estimulador del préstamo irresponsable.

Tailandia liquidó sus deudas con el FMI en 2003, declarando su «independencia fiscal». Le siguieron Brasil, Venezuela y Argentina, e Indonesia manifestó su intención de devolver sus deudas lo antes posible. Análogamente, otros países decidieron mantenerse al margen, prefiriendo acumular reservas de comercio exterior para defenderse de inopinados acontecimientos exteriores, antes que contratar nuevos préstamos con el FMI. Lo que llevó al FMI a una crisis presupuestaria, pues el grueso de sus ingresos procedía de las devoluciones de deuda por parte de los mayores países en vías de desarrollo.

Los partidarios del Fondo dicen que el FMI comprende ya cabalmente las ventajas de los gastos masivos financiados con déficit y que, como Richard Nixon en su día, puede ahora avilantarse a decir: «todos somos keynesianos ya». Muchos críticos discrepan. Eurodad, una organización no-gubernamental de vigilancia del FMI, sostiene que el Fondo todavía pone gravosas condiciones para el préstamo a países en vías de desarrollo. Préstamos muy recientemente concedidos por el FMI todavía favorecen la liberalización financiera y bancaria. Y a pesar del actual énfasis puesto en el estímulo fiscal –algunos países, como los EEUU, llaman a incrementar el estímulo fiscal hasta al menos un 2% del PIB–, el FMI todavía exige a los prestatarios de bajos ingresos mantener su gasto por déficit por debajo del 1% del PIB.

Está, por último, la cuestión de si el Fondo sabe lo que tiene entre manos. Uno de los factores clave en el descrédito del FMI ha sido su práctica incapacidad para anticipar la presente crisis financiera. Al final del Artículo IV de la consulta con los EEUU de 2007, el comité del FMI aseveraba que «el sistema financiero ha mostrado una impresionante estabilidad, aun a pesar de las recientes dificultades con el mercado hipotecario subprime». En suma: el Fondo no sólo ha fallado miserablemente en sus prescripciones de política económica, sino que, a pesar del pretendido alto nivel de los economistas que tiene en nómina, ha fracasado radicalmente en sus responsabilidades de vigilancia.

Por cuantiosos que sean los recursos que el G-20 allegue al FMI, un programa de estímulo global gestionado por el Fondo resultará muy poco atractivo internacionalmente para sus posibles destinatarios.

El camino por andar

La respuesta del Norte a la presente crisis, que pasa por revivir instituciones fosilizadas, trae a la memoria el famoso dicho de Keynes: «La dificultad no estriba tanto en el desarrollo de ideas nuevas, cuanto en sacudirse las viejas». Así pues, en el espíritu de Keynes, tratemos de buscar formas de sacudirnos viejas formas de pensar.

Primero: puesto que la legitimidad es una mercancía muy escasa ahora mismo, el Secretario General de la ONU y la Asamblea General de Naciones Unidas –no el G-20— deberían convocar una sesión especial para diseñar un nuevo orden global multilateral. Una Comisión de Expertos en Reformas del Sistema Monetario y Financiero Internacional, nombrada por el presidente de la Asamblea General y encabezada por el Premio Nobel Joseph Stiglitz ya ha hecho el trabajo preparatorio para esa reunión. La reunión, como la Conferencia de Bretton Woods, sería un proceso inclusivo y, como Bretton Woods también, sería una sesión de trabajo de varias semanas de duración. Uno de sus resultados clave podría ser la institución de un foro representativo, como el «Consejo de Coordinación Global» sugerido por Stiglitz, que coordinaría en un sentido amplio la reforma global económica y financiera.

Segundo: para prestar inmediata asistencia a los países que precisan lidiar con la crisis, las deudas contraídas por los países en vías de desarrollo con las instituciones del Norte deberían ser canceladas. El grueso de esa deuda, como nos recuerda el movimiento internacional Jubilee para cancelación de la deuda, fue contraída en condiciones abusivas, y el importe del principal de la misma ha sido ya devuelto con creces. La cancelación de la deuda o una moratoria permitirá a los países en vías de desarrollo el acceso a mayores recursos y tendrá unos efectos de estímulo mayores que el dinero canalizado a través del FMI.

Tercero: las estructuras regionales para lidiar con asuntos financieros, incluida la financiación del desarrollo, deberían ser la pieza central de la nueva arquitectura de la nueva gobernanza global, y no otro sistema financiero en el que los países del Norte dominen instituciones centralizadas como el FMI y monopolicen recursos y poder. En el este asiático, la agrupación «ASEAN Plus Three», o la «Iniciativa Chiang Mai», son desarrollos prometedores que hay que ampliar, aunque precisen de mayor control por parte de los pueblos de la región. En la América latina están ya en marcha varias iniciativas regionales prometedoras, como el ALBA y el Banco del Sur. Cualquier orden global nuevo precisará, como pilares, de instituciones regionales socialmente controlables.

Éstos son, huelga decirlo, pasos inmediatos a dar en el contexto de una reconfiguración estratégica, más fundamental y a largo plazo, de un sistema capitalista que se halla ahora al borde del colapso.

La presente crisis es una gran oportunidad para poner en obra un nuevo sistema que ponga fin, no sólo al fracasado sistema de la gobernanza neoliberal global, sino a la dominación euro-norteamericana de la economía capitalista global, reemplazándolo por un orden democrático poscapitalista, más descentralizado y desglobalizado. No es imposible que, a menos que esa reestructuración más fundamental tenga lugar, la economía global no consiga reflotar y ganar la
superficie.

* Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.

Nota publicada el 5 de abril en el sitio web www.sinpermiso.info, con la traducción de Amaranta Süss.