El lunes 14 de noviembre se presentó, en la Casa Bertolt Brecht y frente a un auditorio compuesto por mujeres rurales, integrantes del grupo de software libre en Uruguay -que congrega unas 200 personas- e interesados en general, el libro «¿Un mundo patentado? La privatización de la vida y del conocimiento». Expusieron Silke Helfrich, directora de la Oficina de Centroamérica y el Caribe de la Fundación Heinrich Boell y parte del Consejo Editorial del libro, el autor de uno de los artículos, Federico Heinz, vocero oficial de la Free Software Foundation, y Karin Nansen, fundadora de REDES- Amigos de la Tierra Uruguay y coordinadora de la Campaña de Transgénicos para América Latina.El libro ya ha recorrido América Central, el Caribe y parte de América Latina. Su propósito es fomentar un debate social que acompañe la revolución tecnológica, científica y comercial que actualmente vivimos: ¿hasta dónde queremos llegar con esta revolución?, ¿qué costos sociales y culturales estamos dispuestos a pagar? ¿quién decide las características deseables de la tecnología? La falta de transparencia en torno a estas cuestiones, que hacen en definitiva a nuestra vida cotidiana, conduce a decidir en un plano individual lo que social y políticamente no está discutido.
«¿Un mundo patentado? La privatización de la vida y del conocimiento» aborda, en 17 artículos los adelantos científicos y tecnológicos en el campo de la biología humana, la biología vegetal y las tecnologías informáticas, haciendo fundamental hincapié en la privatización y concentración creciente de los productos de estas investigaciones. En relación a los procesos de concentración, Helfrich ejemplificó con lo sucedido en Estados Unidos donde, de 40% de exportaciones correspondientes a la comercialización de bienes comunes intangibles en 1980, se alcanzó, en 2005, el 75%.
El libro también aborda lo que éstos desarrollos suponen de costos sociales y culturales. La genética aplicada a los seres humanos permite, por ejemplo y entre otras cosas, interrumpir el envejecimiento, definir qué tipo de bebés queremos tener y poder concebirlos, biológicamente, pero sin experimentar el embarazo. Esto conduce indudablemente a cuestionamientos éticos y políticos. «Nos enfrentamos a un proyecto que no es solamente económico, sino político, social y cultural; de control y dominación», señaló Karin Nansen en su alocución. El posicionamiento del mercado por sobre las demás dimensiones de la vida social, la introducción de una lógica economicista que conduce a privatizar elementos comunes (como el agua, el aire, las tecnologías, etc) hace que, debido a esa lógica, los seres humanos pasemos de ser ciudadanos y ciudadanas con derechos, a consumidores que participamos en la medida en que poseemos capital económico; sino, somos excluidos.
La aparente neutralidad de la tecnología
Una de las primeras preguntas que debemos hacernos es quiénes se benefician con estos desarrollos, ¿quién accede a por ejemplo, a las drogas desarrolladas con fines terapéuticos en un mundo que está marcado por fuertes desigualdades?, subrayó Silke Helfrich. Ahondando todavía más, ¿es la finalidad de estas investigaciones realmente aportar a combatir enfermedades? Un ejemplo en este sentido fueron las investigaciones destinadas a crear una droga contra la diabetes, droga que luego se ha comercializado fundamentalmente con fines adelgazantes y a mucho mayor precio. Lo mismo ha sucedido con las investigaciones realizadas para combatir la artrosis en niños, aprovechadas luego para conseguir mejores resultados en competidores de alto rendimiento.
¿A quién beneficia la «tecnología terminator», como la denomina Pat Mooney?, tecnología que conduce a la esterilización de las semillas a partir de su modificación genética. Seguramente no los productores, a quienes se obliga a comprar semillas nuevas en cada siembra privándolos de costumbres culturales como el compartirlas. «Es como que una editorial nos vendiera un libro para que solo lo leamos una vez. Si queremos releerlo o prestárselo a algún familiar tenemos que volver a pagar», ejemplificó Silke Helfrich. Muchas veces se esgrime que el desarrollo de productos transgénicos, genéticamente modificados, es necesario para alimentar a la gente, cuando en realidad los beneficios de la tecnología, como estos ejemplos nos muestran, son solo para aquellos que concentran la ganancia. A esto se agrega que, en muchos de los casos, estas investigaciones son financiadas por nuestras sociedades, por todos a quienes se nos escapa sus objetivos finales.
Esto último plantea un dilema ético y una problemática social, además de una pérdida cultural, ya que los individuos dejan de ser dueños del conocimiento que su propia sociedad produce. El conocimiento es parte del acervo cultural de un grupo humano; el conocimiento en tanto modo de concebir las relaciones entre humanos y de los humanos con su entorno, y también el conocimiento involucrado en el desarrollo y manejo de la tecnología. Con la tecnología de modificación genética de los cultivos se pierde conocimientos al no permitir a las comunidades de productores experimentar con las semillas. La patentización de éstas, explicó Karin Nansen, además de desconocer la labor de los productores que durante años fueron acumulando conocimientos para el desarrollo agrícola mediante su trabajo, hace peligrar la soberanía y seguridad alimentarias, porque deja fuera de la posibilidad de comercialización a las variedades locales permitiendo únicamente vender semillas certificadas. El conocimiento crece compartiéndolo, no patentándolo.
El libro apuesta además a que este concepto de «comunes», elementos que son patrimonio de una sociedad, pueda servir para aglutinar movimientos sociales que se presentan de manera dispersa pero que comparten la preocupación por el establecimiento de limitantes y patentes a los desarrollos científicos y tecnológicos.
La patentación de las tecnologías y el conocimiento cuestionan aspectos centrales de nuestra vida como:
1- la posibilidad de privatizar bienes que atañen a los sistemas naturales como el agua o el aire; a normas y tradiciones culturales, a la información y el conocimiento, y a aquellos bienes que son propiedad gubernamental.
2- las decisiones jurídicas y políticas que acompañan o deberían acompañar estos procesos. De parte de las empresas interesadas en privatizar estas tecnologías se desarrollo un comportamiento denominado de «rompecabezas»: lo que no logran asegurarse jurídicamente en el ALCA buscan asegurarlo en la Organización Mundial del Comercio, y así sucesivamente.
3- las posiciones y acciones de las organizaciones frente a estos procesos.
4- la influencia de los mismos en nuestra vida cotidiana.
¿Para quién trabaja tu computadora?
En este mismo sentido Federico Heinz invitó a reflexionar sobre los costreñimientos que implica el uso de un software privado. Al trabajar con este tipo de software, el usuario otorga al proveedor el derecho a manipular lo que su computadora ejecuta; es lo que se ha dado a llamar «Gestión digital de restricciones».
El software libre basa su concepción en la existencia de cuatro libertades: la de usar y ejecutar un programa con el propósito que se desee, el poder adaptar el programa a las necesidades del usuario, la posibilidad de distribuirlo, socializarlo, y mejorarlo. Esta idea concibe al conocimiento como un bien cultural, que poseen los miembros de una sociedad y que los vincula entre sí.
De esta manera se manejaba la comunidad científica de Massachussets en los `8o; una vez que comenzó a hacerse presente la idea de que el software no se compartía ni se modificaba esta comunidad empezó a fragmentarse entre quienes tenían el programa para modificar y quienes no.
«Un software que no pueda ser modificado», ejemplificó Heinz, «es como que a un pistero le regalen un auto a cambio de que no lo toque».
Actualmente existen 2 o 3 corporaciones que detentan el monopolio del software y que se resisten, lógicamente, a instalar un soporte de software que no aprisione al usuario a manejarse con determinados proveedores.
El software privado atenta también contra la libertad de expresión, porque cada vez que una persona guarda un documento en su computadora está informando acerca de qué escribió, a quién se lo mandó… ya que existe un «identificador global del usuario»; que muestra lo que se escribe y ejecuta en cada computadora. «Y lo más aberrante, en términos de derechos, es que los usuarios no saben que están haciendo algo que va en contra de su propio interés», apuntó.
Las semillas como patrimonio de los pueblos
La semilla, más que un recurso productivo, es un patrimonio cultural, destacó Nansen. Las mujeres de Via Campesina parten de esta idea, defendiendo las semillas como patrimonio de los pueblos y al servicio de la comunidad; esta es una manera de apropiarse de sus derechos, «sin pedir permiso para hacerlo».
Las tecnologías como «terminator» niegan la cultura pero también niegan la vida misma al matar el fruto que permite reproducir los cultivos. Esto muestra como la tecnología, que busca aparecer como neutral, no lo es. Las tecnologías determinan la imposición en el mercado de ciertas variedades certificadas, dejando fuera de competencia a las locales y, en este espiral que apuesta en definitiva al dominio, muchas veces se condiciona el otorgamiento de préstamos a la utlización de un determinado paquete tecnológico por parte de los productores.
La aplicación de las tecnologías de modificación genética a la producción agrícola, subrayó Nansen, lleva asimismo a la erosión de la diversidad, biológica y cultural, dos dimensiones íntimamente relacionadas. «Decidir qué tipo de tecnología queremos y cómo la queremos utilizar es decidir cómo queremos vivir», finalizó.